Homenaje a Remy y Tico

Exjefe del ELN será trasladado a Cali para comparecer por secuestro del km 18

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Viaje al inferno: Los secuestrados del Kilómetro 18 de Cali sufrieron penalidades inhumanas antes de su liberación.

SEMANA revela los detalles de la peor derrota militar del ELN.

ACTUALIDAD: NACION

Horas antes de morir el ingeniero electrónico Alejandro Henao Botero, de 41 años, cayó de rodillas entre la maleza,  bañado en fango, con la ropa hecha jirones, miró la pequeña foto en la que le sonreían su esposa, Lourdes Mesa, y sus dos hijos de 6 y 4 años y les dijo: “Perdón”. ‘Diego’, el guerrillero que estaba a su lado, levantó al cielo su  fusil R-15, sintió la lluvia caer sobre su rostro imberbe y le rogó: “Por favor no se nos muera”. Corría el jueves 26 de octubre y era demasiado tarde porque a Henao las ganas de vivir se le habían agotado. La vida de este hombre, uno de los pocos expertos colombianos en sistemas de cableados estructurales, devorador de libros, amante del ajedrez y de  los computadores, se  extinguía porque, según su esposa, la ingeniera civil Lourdes Mesa, no pudo aceptar jamás la privación de su libertad.   “Pobre gente. Si a mí  me  llegara a pasar algo yo me moriría”. Eso le había dicho al enterarse del secuestro de los feligreses de La María meses atrás. Henao había resbalado en el corazón de Los Farallones, una cadena montañosa de selva húmeda tropical, y se había  hecho una profunda herida en un pie. En dos semanas la llaga se le gangrenó, le alcanzó el tobillo y le subió hasta la mitad de la pierna. “Sí, la herida era maluca pero lo malo eran sus pocas ganas de vivir”, recuerda ‘Diego’.

La víctima había tomado una decisión definitive.

Peces en el agua El día del secuestro, el 17 de septiembre, cuando el comandante de la Fuerza de Despliegue Rápido del Ejército  Nacional, general Carlos Alberto Fracica, recibió la orden de desplazarse allí, advirtió a sus soldados las dificultades de la tarea. Debían saber que desde hace varios años los guerrilleros del ELN se mueven entre Los Farallones como pez en el agua. Al fin y al cabo ya lo habían demostrado en el caso de La María. Como dijo ‘Diego’, “en esa operación tomamos los retenidos, corrimos por entre la montaña durante cinco días y nos les perdimos”. Eso no podía volver a pasar. Por eso el  general Luis Ernesto Canal Albán, comandante de la Tercera Brigada,  recuerda que se hizo una promesa: “No vamos a descansar hasta dar con ellos”. En un abrir y cerrar de ojos de la III Brigada salieron por tierra y aire 17 compañías, cada una con 85 hombres. Siguieron sus huellas, encontraron sus cambuches, coparon los sitios donde guardaban los alimentos, las armas, y finalmente los cercaron mientras se preparaban para una operación de rescate. Fracica sabía que sus hombres tenían a tiro de fusil a los guerrilleros pero no se atrevían a atacarlos porque se percataron de que éstos habían vestido a  sus víctimas con ropas de color verde militar para confundirlos. Fue la primera vez en mucho tiempo que el general Fracica dudó sobre qué hacer.

El zumbido de los helicópteros

Entre tanto secuestrados y secuestradores sentían al Ejército en la nuca. Al principio fue el lejano zumbido de los helicópteros, luego el eco de las órdenes, después el fuego de los combates. En los primeros días ‘Julián’ y ‘Carlos Segundo’, o ‘Caliche’,  los dos comandantes guerrilleros que habían ejecutado la operación, impusieron un régimen  severo: siempre hacia adelante, sólo se paraba  para comer y para dormir sólo tres horas. A ese ritmo alcanzaron los picos de la cordillera, donde en las noches se sienten dos grados centígrados de temperatura y en los que la lluvia es una eterna compañía. “La ropa se nos mojó,  nunca nos pudimos cambiar, jamás nos pudimos bañar, dormíamos mojados pero lo hacíamos de físico cansancio”, recuerda la secuestrada Adriana María Serrano. La carrera seguía entre esa selva húmeda  repleta tanto de guaduas, gualandayes, písamos y guamos como de las peores plagas: pitos, zancudos, mosquitos, serpientes. Con el pasar de los días dos cosas empezaron a marcar las diferencias con el caso de La María. Primero, la ausencia  de ‘El Viejo’, un hombre calmo, con estudios y gran capacidad para negociar, comandante titular del frente ‘José María Becerra’, y quien el día del secuestro estaba en el sur de Bolívar en una reunión del Comité Central relacionada con su poder ascendiente en el ELN producto, precisamente, de los secuestros masivos. En segundo lugar, la presencia del general Fracica, un hombre de respuestas rápidas, macizo y tropero por excelencia, quien los perseguía sin darles la menor ventaja.

Los responsables

‘Julián’ y ‘Carlos Segundo’, los líderes del ELN en Los Farallones,  con poca experiencia política y con la convicción  profunda de que las cosas se cambian a punta de fusil, empujaban a sus  víctimas con amenazas de fusilarlos. “Pues sí, son bastante atravesados, producto de esta guerra”, asegura ‘Diego’. Ambos fueron perdiendo la calma. “Huíamos hacia adelante, presentíamos que por allí estaba el Ejército,  entonces cogíamos hacia la izquierda, luego  volvíamos a la derecha”, recuerda Nelson David Acosta Tombe, 19 años, un guerrillero menudo y ágil que cubría la retaguardia. La rutina era igual al amanecer: se despertaban con el ruido de los helicópteros, luego oían las voces de los  militares siguiéndolos, los combates, la lluvia, mientras los guerrilleros abrían trocha por entre el monte y sorteaban los abismos agarrándose de los bejucos. Un día de la primera semana de octubre el médico Miguel Alberto Nassif, un brillante cardiólogo de 35 años, se agarró de la raíz de un árbol que cedió, cayó y un palo se le incrustó en el escroto. Como la infección lo devoraba los guerrilleros lo abandonaron. Sólo fue encontrado por el Ejército el 10 de octubre. “Parecía como un cuadro de San Sebastián”, dijo un colega suyo que trató infructuosamente de salvarlo en Cali. A los 30 días del secuestro a los guerrilleros se les acabó la gasolina de un pequeño generador que alimentaba su radio HF de banda ‘corrida’. El aislamiento aumentó la tensión. ‘Julián’  sabía que el tiempo apremiaba y salió varias veces para llamar a las familias. Probó con la del comerciante Carlos Alberto García pero se encontró en cinco ocasiones con la negative: “No vamos a pagar un peso, no negociamos con bandidos”, contestó Juan Manuel García, hermano de la víctima. ‘Julián’ le argumentó que tenía  una úlcera reventada: “Entonces suéltenlo.

¿Dónde están sus ideales. ¿No se da cuenta que están matando a mi hermano torturándolo?”.

‘Carlos Segundo’ discutió con su víctima.

“No lo voy a  liberar”, recuerda Acosta Tombe que su líder le gritó al herido. El  comerciante murió. A diferencia del médico Nassif, a quien vieron por última vez con vida,  García murió frente a todos. Su deceso produjo lágrimas entre los secuestrados y perplejidad entre los guerrilleros porque sus comandantes les habían dicho que en una operación como esta la vida de los retenidos era responsabilidad de ellos. “Habíamos  fallado”, recuerda el joven guerrillero. No hubo tiempo ni siquiera para sepultarlo. Dormir en el río Los guerrilleros, expertos en el agua, habían  atravesado ya el río Anchicayá, las quebradas San Pablo y Soledad y se aprestaban a atravesar el río Naya para pasar al departamento del Cauca. Es decir, que en 40 días habían hecho 170 kilómetros. A pie y  entre la selva. Pero para el día de la muerte de García el Ejército ya había trazado un círculo sobre los guerrilleros y les había bloqueado todas las  vías de escape. No había un camino, una trocha, un sendero en el que no  hubiera un soldado. Una noche el profesor de sistemas Gonzalo Chica Arias, de 43 años, rodó a un río y se rompió varias costillas. Sin fuerzas para levantarse, sentía cómo las aguas subían de nivel a su alrededor. Como pudo se quitó el cinturón, se amarró de los brazos a una  piedra y así pasó la noche. A pesar de todo durmió lo suficiente para  recobrar algunas fuerzas para seguir la mañana siguiente. La comida se acabó. No había tiempo para cocinar. Recurrieron primero al arroz y al maíz crudo y luego a raíces que arrancaban de la tierra. Exprimieron el musgo de la montaña para beber agua. “Lo importante era masticar algo”, dice uno de ellos. Las  penalidades eran para todos. El arroz crudo con sal le partió un diente al guerrillero Acosta Tombe. Cada adversidad era superada por otra mayor. Una adolescente guerrillera resbaló. Se rompió una pierna y los dientes. Era de noche y ella gritaba porque las aguas amenazaban con llevársela. Acosta Tombe bajó en su ayuda. “Hubiera sido fatal porque se habría estrellado contra las piedras”, recuerda. En ese momento comenzó a pensar en  la derrota. No había más fuerzas.

A tiro de fusil

En el otro lado el general Fracica ya había hecho sus cálculos con la noticia que le trajo uno de sus hombres una  mañana: “Los tenemos a tiro de fusil”. Fracica, un hombre de una sola  pieza, tenía la opción de acabar militarmente con todo un frente, hecho que en la historia del ELN sólo era comparable al histórico Anorí, pero  podía lastimar a los rehenes. Ante esa posibilidad esperó una orden superior.

La muerte de Henao fue decisiva para ‘Diego’ y  ‘Acosta Tombe’. Los jóvenes guerrilleros decidieron también  ponerle punto final a su acción. Mientras ‘Diego’ inició el camino en contravía y se encontró con los soldados, ‘Acosta Tombe’ se sentó a llorar  sobre su fusil R-15 en el solar de una casa campesina. Allí lo encontraron los soldados y lo subieron al helicóptero. “Era la primera vez que montaba en un aparato de esos. No tuve miedo. Qué miedo iba a tener si acababa de salir del infierno”. ‘Diego’ y ‘Acosta Tombe’ fueron dos de los 25 guerrilleros que se rindieron o fueron capturados. Con la muerte de otros 15, sólo quedaba la mitad del frente ‘José María Becerra’.

Era el sábado 28 de octubre, día previo a las elecciones. Al día siguiente el presidente Andrés Pastrana, luego de votar, se excluyó casi por completo a hablar con el alto comisionado  para la Paz Camilo Gómez. La negociación, que ya cumplía algunas horas,  era a varias bandas: con los comandantes Francisco Galán y Felipe Torres, recluidos en la cárcel de Itagüí; y con Pablo Beltrán en las montañas de la Serranía de San Lucas. Faltaba además la reacción de ‘Carlos Segundo’ al que, según dicen, poco le gusta obedecer. Era una carrera contra el reloj porque la probabilidad de cometer una locura era alta. Tanto los guerrilleros como sus víctimas habían bajado en promedio 15 kilos de peso, todos tenían  heridas profundas en la entrepierna porque en estos 44 días no se habían podido cambiar de ropa interior y caminaban empapados. El mando de la columna empezaba a notar fisuras, el control del grupo se perdía. Eso lo vislumbró poco antes de fugarse el joven Carlos Alberto Bernal, secuestrado hacía ocho meses con otros tres  niños en Cali. Hasta su  regreso nada se sabía de su paradero. Jamás informaron a su familia quién era el autor. Pero terminó marchando con la gente del Kilómetro 18, sus nuevos compañeros de cautiverio.

Cuando vio que la disciplina de los guerrilleros había bajado Carlos Alberto  se tiró por un barranco. La fuga acabó de romper la poca paciencia de ‘Carlos Segundo’. “A quien intente fugarse le doy un tiro”, advirtió a   víctimas y guerrilleros. ‘Oscar’, un guerrillero silencioso, alzó la  voz para anunciar por primera vez su desacuerdo. “Lo mató”, cuenta ‘Acosta Tombe’.

Llegó la negociación

“Presidente, si yo no voy a esa pobre gente no la sueltan”, le dijo Camilo Gómez a Andrés Pastrana. Al principio  hubo dudas porque no se conocían las condiciones mentales de ‘Carlos Segundo’. Pero por fin el Presidente le dio luz verde. Gómez llegó a Cali con los papeles del acuerdo y en Compañía de una comisión de socorristas, entre quienes estaban los integrantes del Grupo Aéreo de Salud del Departamento de Antioquia. Fueron ellos los que penetraron a la inhóspita zona con apenas algunas señas. Era como buscar una aguja en un pajar. Por fin hallaron el sitio indicado pero era imposible que aterrizara un helicóptero. Uno de los copilotos,  médico de profesión, saltó de la nave y con sus propias manos improvisó una pista. Allí llegó también el general Fracica y vio por primera vez a la columna que había perseguido durante 44 días. Gómez le explicó el acuerdo al que habían llegado con la dirigencia guerrillera. Sus efectivos entregarían a los rehenes y el gobierno les daría 100 horas para huir por la selva. Fracica dio la vuelta y ordenó regresar a los cuarteles. Pero Gómez lo invitó a que se sumara al grupo de  socorristas. Para cumplir con las normas internaciones, porque se trataba de una nave de la Cruz Roja Internacional, el general se quitó su revólver  y subió al helicóptero desarmado. El encuentro fue tenso. ‘Carlos Segundo’ le dijo de inmediato a Camilo Gómez que habían llegado tarde. “Ya se murió otro”. Luego trató de cambiar las condiciones del acuerdo para buscar un repliegue de la tropa y el Comisionado presintió que buscaba un espacio para fugarse con los secuestrados. Gómez se negó.

El olor de los secuestrados

Luego fueron apareciendo las víctimas. “Jamás olvidaré el olor de los secuestrados”, dijo un miembro de la patrulla  de socorro. Todos cubrían las heridas con trapos sucios. Uno tenía la  piel con llagas producidas por las hormigas. Las lágrimas y las sonrisas al ver que iban camino a la libertad eran sus únicos rasgos de vida.

El general Canal quería que esas imágenes fueran registradas por los periodistas para demostrar la barbarie del  ELN. Pero el gobierno se negó con el argumento de respetar el dolor de las víctimas y sus familiars.

Uno a uno subieron titubeantes a los helicópteros. A uno de ellos le dio un ataque de epilepsia, otro vomitó. “Un  carro, un carro”, gritaron con lágrimas y risas cuando desde el aire vieron una carretera. Estaban saliendo de la selva. Los guerrilleros, escuálidos, también fueron atendidos por las comisiones humanitarias. Los que tenían más fuerzas querían sacar el aceite de los helicópteros para lubricar sus armas, que estaban estropeadas por la lluvia incesante.  “Camilo, regálenos unas panelas”, le suplicó ‘Carlos Segundo’ al Alto Comisionado antes de verlos partir.

Victoria amarga

Entre tanto en Cali el general Canal repetía: “Fue una victoria amarga, fue una victoria amarga”. Porque pese a que  liberaron a los rehenes el acuerdo firmado permitió a los guerrilleros del ELN el tiempo suficiente para desaparecer. En la Tercera Brigada continuaba el malestar por la directiva de iniciar el repliegue. “Fue una orden directa del Presidente”, comentaban los oficiales mientras aplaudían a sus hombres, quienes bajaban de las montañas. El viernes el general Canal no pudo más con su disgusto y pidió la Baja.

Ese día las sensaciones en la ciudad eran encontradas. Un amplio sector de la opinión veía triunfante al Ejército  Nacional. “Demostró una gran capacidad ofensiva y de presión frente a los insurgentes”, aseguró monseñor Isaías Duarte  Cancino. Pero, simultáneamente, en otro sector se escuchaban voces de protesta porque se hubiera interrumpido la acción. “Fue un error porque el ELN ha sido derrotado pero no aniquilado. Eso los hace más peligrosos”, dijo un investigador de la Universidad del Valle. Al final la columna del ELN quedó reducida a la mitad y había crecido el rechazo a sus prácticas contra la población  civil. Las víctimas, la mayoría profesionales de clase media, muchos de ellos desempleados, sólo soñaban con dormir en Cali, una ciudad recostada a un paraíso natural llamado Los Farallones. Un lugar que para ellos ahora es un recuerdo del infierno.

El ELN no se hizo esperar y unos pocos días  mas tarde, atacaron un pueblo indefenso como lo es Darién, Calima y  mas tarde atacaron la 3era brigada en un ataque sin precedentes en el que los únicos que pagaron el pato fueron gente civil e inocente que paseaban tranquilamente por el lugar. Ese es el pago por no haberlos aniquilado cuando los tuvieron “a tiro de fusil”….

Sr. President (Pastrana), que carajos esta usted haciendo con nosotros quienes lo elegimos???

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